“Anoche pasé frío en el cuerpo y en el alma…
Anoche pasé frío y quedó mi libertad de amor helada.

MANOLO CHINATO,(fragmento del poema Juguete de amor)

 

Cuando una persona pierde en su vida algo significativo, ya sea un trabajo, una casa…, se produce un dolor. De todas las pérdidas que podemos pasar a lo largo de nuestra vida la pérdida de un ser querido es la que más reacciones emocionales, físicas, sociales y espirituales puede provocar.

El duelo es una respuesta emotiva a esa pérdida y como tal, es una respuesta individual y personal que cada sujeto vive con una intensidad diferente, esta intensidad variará dependiendo del lazo afectivo que se tuviera con el fallecido.

No tenemos que entender el duelo como una enfermedad o una afección, sino un periodo de tiempo que necesitamos para encontrar un equilibrio psicológico. El duelo es un proceso y no un estado, en el que la persona involucrada en este proceso deberá realizar un esfuerzo o “trabajo de duelo” para llegar a ese equilibrio anteriormente mencionado.

Esas tareas van desde la aceptación de la realidad de la pérdida, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse al medio en el que fallecido está ausente y finalmente recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.

El duelo se puede dar por terminado cuando el doliente muestra de nuevo interés por la vida, va experimentando las sensaciones agradables de su alrededor, se adapta a su nueva forma de vida; es decir al nuevo rol.  Por último y más importante, es que el doliente puede recordar al fallecido sin dolor ni pena.

Volkan nos dice;

Una persona en duelo nunca olvida del todo al fallecido al que tanto valoraba en su vida y nunca rechaza totalmente su rememoración. Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia” (Volkan, 1985, pág. 326)

Podemos concluir que el duelo es necesario para reencontrar nuestro equilibrio psicológico y situar en un lugar adecuado a la persona fallecida dentro de nuestra vida emocional, un lugar que nos permita seguir viviendo sin renunciar al recuerdo de la persona querida.

Diego de la Fuente Sobrino.

Psicólogo.